top of page
Títol_78mil.JPG
  • Foto del escritorNatalia Giménez

El jardín de Agustina

La gata Nina observa las palomas que beben agua dos macetas más allá. Elisa, la vecina, la mira y dice que es la "reina de la escalera". Y así parece, tomando el sol junto a Agustina. Las tres vecinas se sientan en el banco del portal 18 cada tarde desde hace más de cincuenta años. Pasan el rato viendo cómo cambian las cosas. Y es que en medio siglo, han cambiado muchas cosas en ese barrio. Pero Agustina y sus vecinas han sabido crear un jardín en medio del cemento.

Cuando el Ministerio de Vivienda compró los terrenos que hoy ocupa el barrio del Veinticinco de Septiembre, todo eran viñedos. Pertenecían a las familias Llobateras (Can Cabanyes) y Majó Hosta (Ca n'Oriol). Entonces se conocía como el Pla de Naves y algunos campesinos y cultivaban, además de viñedos, higueras, almendros y manzanos.


La rierada de 1962 trasbalsó la vida en Rubí. Los campos de viñedos se convirtieron en polígonos industriales y los campesinos en trabajadores de las fábricas. La villa se convirtió en ciudad. La riera ya no fue atravesada nunca más jugando a columpiarse en el Pont Penjant. Muchas familias lo perdieron todo, incluso la familia. Así que Franco vino a Rubí y desde el balcón de la Casa de la Villa prometió que Rubí sería reconstruido. Fruto de este discurso empezaron las obras del "Venti". Mientras se construían las viviendas, se realizaron setenta viviendas provisionales cerca de la actual plaza del Progrés, conocidas entonces como las "barracas". Se inauguraron el 17 de febrero de 1963, fecha en la que entraron a vivir los damnificados de la rierada que habían quedado sin nada. El alcalde Murillo, que entró en la alcaldía en octubre del 62, se achacó el mérito de la construcción de las viviendas sociales. Pero Miquel Rufé, que le había precedido en el Ayuntamiento, ya había pensado en la idea antes de la riada, dada la gran cantidad de inmigrantes que habían llegado a Rubí, sobre todo durante la posguerra. El proyecto fue firmado por los arquitectos Chinchilla y Escolar y comprendió la urbanización y construcción de 540 viviendas y 12 locales comerciales. Según el proyecto, firmado en marzo de 1963: "En el Norte del polígono se sitúan cuatro torres bloque de trece plantas, orientadas en sentido este-oeste. El resto está formado por bloques de cuatro plantas hasta un total de 344. Los bloques lineales tienen distinta orientación, por lo que existen dos soluciones distintas de entrada en planta baja con objeto de que estar-comedor tenga siempre una orientación sur u oeste. planta. En el fondo del polígono se halla la futura zona escolar y un parque infantil completa la urbanización."

Murillo dijo que a la hora de repartir los pisos, se habían hecho tres grupos: supervivientes y familiares víctimas de la riada del 62, familias que habían acabado de llegar a Rubí y trabajadores de las empresas que reconstruyeron la ciudad, y por último, solteros que querían casarse. El alcalde también dijo que no se concedió ni un solo piso al que no lo necesitó, pero también es cierto que en los archivos del Ayuntamiento se encuentran cartas de recomendación de camaradas del alcalde. Los solicitantes debían llenar unas fichas para tener derecho a acceder al sorteo que se realizó en mayo de 1964 en el Casino. Las historias de las tres vecinas son ejemplos de esto. Margarita vino desde Salamanca, Elisa desde Almería y Agustina desde Cantabria. Aquellos pisos significaron para ellas y para sus familias el comienzo de una nueva vida. El 28 de junio de 1964, durante la Fiesta Mayor de Rubí, el gobernador Civil Antonio Ibáñez Freire inauguró el Grupo de viviendas 25 de Septiembre. Entonces se repartieron las llaves. Pero la nueva urbanización no era el "resort" que el Gobernador había descrito en su discurso, ni mucho menos. Enseguida empezaron a aparecer los problemas y las carencias.

En el portal de Agustina se está muy bien. Con el paso de los años, el número de plantas ha ido aumentando hasta convertirse casi en un jardín. Ella iba a Cal Gerrer a comprar macetas, pero algunos de los más bonitas se las robaron. Eso le entristece. Se lo contó al de Cal Gerrer y cuando cerró le regaló un par de tiestos. Mientras Agustina mira cómo Elisa riega las plantas con la manguera, porque a ella ya le cuesta mucho hacerlo, sigue recordando.... Los primeros años, el agua no tenía suficiente fuerza para subir a los pisos altos, por lo que los vecinos tuvieron que comprar depósitos para almacenar las gotas que les llegaban. Agustina recuerda cómo los primeros años iba a Azamón con bidones en busca de agua. También surgieron problemas de humedad en las azoteas, hasta el punto de hacer agujeros en el techo de los cuartos pisos. En la calle no había iluminación, ni aceras, ni asfalto, en su mayoría.

Durante aquellos primeros años todas las vecinas bajaban por las tardes y por las noches al portal. Cada uno llevaba su silla y estaban hasta las 12 de la noche, porque entonces se apagaban las farolas. Ahora, aunque hay luz toda la noche, dicen que ya son mayores y no aguantan ni hasta las nueve. Pero años atrás hacían mucha vida en la calle. Por la verbena y por la fiesta del barrio sacaban una mesa muy grande y cenaban todos al fresco. Había quien hacía siempre una tortilla de patatas.

A partir del año 1978, la Asociación de vecinos emprendió una fuerte lucha por conseguir que sus viviendas fueran dignas, y después de muchas reivindicaciones, consiguieron algunas mejoras, todas perjudicadas por el descontrol de la Obra Sindical del Hogar del gobierno franquista. Parece que Franco no se acordó de esa promesa que había hecho en el balcón del Ayuntamiento. En 1985, sin embargo, las mejoras llegaron cuando la competencia fue traspasada a la Generalitat (ADIGSA).


Silencio. Miradas en el suelo. Una paloma que pasa. "Antes se hacía mucha vida de barrio", dice Elisa cerrando el agua de la manguera. Pero antes pone un poco de agua en un plato para las palomas. A partir de 1965, las tiendas del barrio fueron apareciendo poco a poco, y durante unos años se podía encontrar casi de todo: la mercería de la Pilar, la carnicería de la Maruja, la tocinería del Segura.... las tres vecinas miran a su alrededor y buscan a ver si encuentran alguna tienda más en su memoria. Pero han desaparecido, de la memoria y del barrio. También había una papelería, dos peluquerías, una panaderia, un supermercado, una frutería, los bares y dos característicos quioscos de golosinas. Y Agustina de repente recuerda: "¡Ah, y Los cazadores de toda la vida!, pero ahora ese bar lo lleva un dueño nuevo".

La tarde va pasando. Las tres vecinas miran a la gente que entra y sale del portal. La gata sigue impasible tomando el sol. Las palomas beben agua. En ese jardín parece que el tiempo no pasa, como si fuera un espacio atemporal, donde las vecinas todavía salen al portal a charlar, donde los gatos no tienen miedo, donde todo el mundo saluda y sonríe y donde las plantas de Agustina inundan de vida un barrio que surgió, precisamente, del agua.


32 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page